En uno de los viajes con mis amigas, estuvimos hablando sobre el arte de escribir. No sé muy bien como llegamos al tema, pero recuerdo que me decían que debía salir más de casa. Si, he de reconocerlo, me gusta pasar los fines de semana en casa, sobre todo en invierno. Poner la calefacción, vestir un chandal que jamás me pondría por la calle, sentarme en el sofá mientras mi niño de cuatro patas se acurruca a mi lado y leer un buen libro o escribir en mi portátil, mientras escucho a Andrea Bocelli. Por otro lado, tengo también mi lado canalla, (esta cualidad no es solo de los hombres), aunque cada vez me han de insistir más para que me apunte a una fiesta.
Retomando el tema... Durante esa conversación, recuerdo que quería compartir con ellas la experiencia que suponía el crear una vida desde cero. Les decía que no necesitaba salir mucho, pues el mundo interior que podía crear era mucho más interesante que lo que la vida me ofrecía. Les comentaba que cuando empezaba a dar vida a los sentimientos de mis protagonistas era como ser parte de ellos y aunque, puede parecer cosa de locos, escribiendo esta novela, que ahora intento vea la luz, he llorado, he reído y he odiado, pero lo más importante para mí, es que he conseguido que las pocas personas que han leído algún capítulo suelto, (si, al final me he atrevido a mostrarla), sientan lo mismo que he sentido yo.
Eso es bueno. Es lo que cualquier escritor quiere conseguir. Transmitir lo que siente y hacer vibrar al lector con sus personajes. Eso es lo que yo quiero de vosotros. Que sintáis, viváis, améis y que odiéis, que riáis y lloréis, pero sobre todo, que no dejéis de sentiros vivos ni una sola vez.
No se si os he comentado, que mi novela empezó siendo un libro de más de setecientas páginas. Que yo sepa, muy pocos, hoy día, pueden publicar una novela tan extensa. La verdad es que solo me viene a la cabeza un nombre, que no voy a decir, pues sé que no necesita publicidad. Así, que muy a mi pesar, lo partí en dos. La verdad es que fue una ardua tarea, ya que el final de esas setecientas páginas, era un fin que te dejaba con ganas de saber que iba a pasar y buscar un final alternativo fue complicado, aunque no imposible. Busqué un capítulo que pudiera permitir esa partición, retoqué alguna frase, añadí un poquito de emoción, algo de misterio e intriga y "Et voilà" terminé la primera parte.
Y a pesar de mis reticencias a esa partición. Me di cuenta que no sólo tenía escrito un libro, si no que tenía suficiente para comenzar lo que a mí se me antoja como algo parecido a una saga.
Qué disfrutéis del fin de semana y... slow life.
¡Ah! Por cierto... El lunes, un tema interesante. No os lo perdáis.
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