lunes, 19 de diciembre de 2011

Tradiciones Navideñas


Cuando se acercan estas fechas, no tengo más remedio que recordar las tradiciones familiares para Navidad.

Abuelos, tíos y tías, e incluso algún que otro padrino de mis hermanos, terminaron viviendo con la familia, cosa que hacía imposible que te quedaras a solas ni un solo momento. Supongo que la infinita bondad de mi madre, que acogía a todos aquellos familiares que así lo necesitaban, hacía de nuestra vivienda, un lugar especial, lleno de gente, de vivencias diferentes, de historias increíbles sobre su juventud, sus viajes, sus aventuras... Claro que también ayudaba que aquel lugar donde pasé mi infancia y adolescencia, tuviera casi doscientos metros cuadrados.

Siendo un maravilloso palacio, como así le llamábamos todos, era impresionante como mi madre hacía que toda la frialdad del magnífico mármol blanco que cubría sus suelos, se tornara en un cálido lugar cuando llegaban estas fechas navideñas, que para mí siempre han sido entrañables.

La calefacción se encendía a mediados de noviembre y no se cerraba hasta que llegaba el buen tiempo. Las enormes alfombras de estilo persa eran rescatadas del cuarto de los trastos del ático, así como las cajas con los adornos navideños. El árbol, el gran árbol de plástico, (aunque tan real que parecía de verdad), que presidía el enorme salón, mostraba sus luces de colores, sus bolas de cristal, (por aquel entonces, las de plástico no se estilaban), anunciando que llegaban las fiestas más importantes para la familia. La casa era engalanada con boas rojas, verdes y doradas, y por supuesto sobre la chimenea de mármol, un completo pesebre en el que nunca faltaban los romanos, los reyes que se acercaban con sus camellos, la aguadora que se dirigía hacia el establo con su cántaro desde el pozo, y la mujer que lavaba en el río realizado de papel de plata, así como decenas de figuras más, ocupaban su lugar de privilegio sobre un suelo de musgo verde adquirido en la “Fira de Santa LLucia” o recogido en una de nuestras muchas excursiones al campo.

Era en esa época la única vez que podíamos disfrutar de los leños quemando en la chimenea que presidía el comedor, del crepitar de su fuego, de las llamas bailando al unísono de villancicos melódicos e instrumentales, pues en casa jamás sonaron canciones con letras, como pudieran ser “la marimorena”, o “ale burro ale”, ya que esas fiestas eran ceremoniosas, tratadas con el respeto que pedían, y aunque eran momentos familiares, jamás vi a nadie de la familia rascando una botella de anís o tocando una pandereta.

Supongo que no hace falta decir que en aquellos tiempos, nadie sabía quién era papa Noel, pues todos teníamos claro que aquella noche del 24 al 25 de diciembre, celebrábamos el nacimiento de nuestro mesías, y que él, no debía traernos regalos, pues solo su presencia era un regalo. Como mucho, el día 25 de diciembre, cuando se reunía toda la familia, los más pequeños habíamos preparado un bonito poema con el que éramos recompensados con el aguinaldo, (que no era más que un billete de cien, o los más afortunados de mil pesetas).

La vida pasó y todos nos hicimos mayores. Mis hermanos se casaron, formaron sus propias familias y a pesar que seguíamos reuniéndonos cada Navidad en casa de mis padres, con el tiempo las nuevas familias formadas introdujeron nuevas tradiciones que mi madre acogió para el buen entendimiento familiar. Así llegó el día de pasar las navidades en otra casa, de que fuera otro el que cocinara, de que se escucharan otros villancicos, de abrazar nuevas costumbres, y cuando mis padres decidieron dejar Barcelona y vivir su retiro en un pueblecito catalán, las navidades fueron ya para siempre diferentes.

Creo que ese día comenzó a cambiar todo... Aunque pensándolo bien, es así como descubres como quieres que sea el resto de tu vida, pues si no tienes varias opciones, jamás podrás elegir. Si solo conoces una forma de hacer las cosas, te pierdes el conocer miles de maneras de celebrar una misma fiesta.

Cumplimos años y nos convertimos en adultos, con nuestras obligaciones, nuestros trabajos, nuestras nuevas familias, las nuevas tradiciones, los nuevos problemas de la vida del adulto, y con el tiempo, descubrimos muchas cosas que siendo niños desconocíamos, (cosa que siempre he agradecido a mi madre, pues creo que los niños deben ser niños y que ya se enfrentarán a la vida de los mayores cuando tengan que hacerlo).

Las Navidades siguieron siendo entrañables. Diferentes, pero aún cálidas. El gran pesebre se seguía poniendo ya no sobre una chimenea, pero si, sobre un precioso baúl de madera. El árbol del salón ya no lucía tan bien como en aquella sala de techos de cuatro metros, pero seguía teniendo sus bolas de cristal, aunque cada vez había más de plástico para que los nuevos niños de la familia no se hicieran daño, si alguna se rompía.

La vida seguía cambiando, y los años continuaban pasando y nuevas incorporaciones en la familia siguieron cambiando esas tradiciones navideñas, y mi madre siguió adaptándose a ellas sin jamás rechistar, hasta que llegó un día que ya no volvimos a reunirnos en su casa, (pues quedaba lejos y siendo una casita en plena montaña, hacía mucho frío por aquellas fechas), si no que fue ella, la que se tuvo que trasladar a casa de los hijos por Navidad. 


Como única hija fémina de la familia, heredé la mayoría de adornos de navidad y por supuesto el gran pesebre pues, según mi madre, cuando ella falte, yo seré la encargada de mantener unida a la familia y de transmitir a mis sobrinas nuestras tradiciones navideñas.

Esta entrada de hoy era para explicar lo difícil que era para mí volver a tener unas navidades como las de antaño. Quería explicar que en mi apartamento de apenas noventa metros cuadrados, con un salón que también es comedor, (como en la mayoría de estos maravillosos pisos nuevos que se han ido construyendo últimamente), apenas caben diez personajes de aquel fantástico pesebre.
Si os digo la verdad comencé esta entrada diciéndome que sería imposible meter a dieciséis personas en un salón tan pequeño, quería explayarme y quejarme de no poder optar a unas navidades como las de mi infancia, pero... ¿Sabéis qué? Querer es poder, y me niego a que todas aquellas palabras que hoy día nos envuelven como crisis, paro, recortes, impuestos, recibos, hipotecas... me fastidien mis fiestas favoritas.

Dicen que hoy día las Navidades son puro comercio. Que con la crisis, la gente no tiene ganas de celebrar nada. ¿Sabéis que os digo?

Al cuerno la crisis. Para mí las navidades es juntarme con mis hermanos, reírme con ellos, ver sus nuevas arrugas, recordar nuestra fantástica infancia, añorar otros tiempos, vivir con ilusión la era que nos ha tocado vivir. Es tener a mis padres en casa y devolverles todos los cuidados que ellos tuvieron conmigo, es intentar que tengan un hogar en mi pequeño piso, que se sientan como si fuera suyo y que puedan pasar más de un día rodeados de sus hijos. Es no darle importancia al chantaje emocional que mi madre aún usa conmigo versus a la religión, (tan importante para ella). Es reunirme con mis cuñadas, hablar sobre sus proyectos, sobre sus aficiones y sentir que ya forman parte de mi familia. Es quitar todos los adornos de cristal de allí donde puedan llegar mis sobrinos pequeños, es comprar sillas especiales para que ellos puedan sentarse, es enseñar a mis sobrinas mayores la calidez de la familia, para que de una vez por todas aprendan que lo que llevan en sus venas, es una misma sangre, algo indisoluble que hace que cualquier cosa que pueda llegar a hacer un hermano, pierda importancia cuando este te abraza. Algo que, por diferentes derroteros que les lleve la vida, siempre las mantendrá unidas. 

Nadie puede arrebatarnos la ilusión. Ni la crisis, ni el paro, ni los problemas económicos, siempre y cuando sigas teniendo lo más importante, una familia con los que celebrar estas fiestas.

Así que, pensando en todo lo que aún tengo que preparar, quebrándome la cabeza para hacer entrar cómodamente a dieciséis personas, en un salón de 15m2, sin saber aún donde esconder todo aquello que he tenido que quitar para poder poner al completo el pesebre entero, habiendo adornado ya el gran árbol que preside el salón, y estando a punto de terminar las listas de canciones del ITunes, para combinar los villancicos melódicos de Andrea Bocelli, Enya, y Michael Bublé, para que acompañen la risas de los niños de la familia y las conversaciones familiares, rememoro el caldo de navidad de mi madre, con sus enormes “galets” y el pavo cogiendo un bonito color dorado en el horno, de las navidades de mi infancia, y deseo que este año, que voy a cocinar yo esas recetas de familia, pueda complacer como antaño a los que se reunan en torno a mi mesa, sabiendo que jamás llegaré a la altura de los talones de mi madre, ni en cuanto a cocina, ni en cuanto a valores familiares, aunque prometo intentar mejorar con los años. 

La navidad puede ser como nosotros queramos que sea, a pesar de todo lo que nos envuelve.

OS DESEO UNA MUY, MUY FELIZ Y CÁLIDA NAVIDAD A TODOS Y A TODAS.

P.D: Nadie puede arrebatarnos la ilusión sin nuestro permiso. Slow Life!!

viernes, 25 de noviembre de 2011

La cultura del castellano


¿Hemos de pedir perdón la gente culta porque los demás no nos entiendan? ¿Somos nosotros quienes hemos de disculparnos por hacer uso de nuestra preciosa lengua castellana, que cada vez se diluye más en la mediocridad de las palabras callejeras o chabacanas?

Me pregunto esto mientras pienso en que cada vez más, la gente con la que hablo, sobre todo jóvenes, aunque a algún adulto me he encontrado también, a veces, me miran como si no comprendieran lo que estoy diciendo, solo porque uso palabras cultas, e incluso alguna vez me he tenido que escuchar que hablo muy “raro o antiguo”.

¿Raro? ¿Antiguo? ¿Es que acaso una lengua se queda antigua? Es antiguo usar palabras como no seas “necio”, en vez de no seas “tonto”. O... No me importa esa “nimiedad” por no me importa esa “tontería”. 

¿Quién es el raro y quién es el tonto?

¿No será que solapan la incultura con la modernidad porque carecen del conocimiento de esas palabras y se niegan a perder su tiempo en buscar el significado de las mismas?

¿Acaso he de pedir perdón yo por hablar un castellano correcto? Y eso que siendo catalana aún tengo la manía de juntar las dos lenguas y catalanizar alguna que otra palabra.

¿Tiene miedo la gente a la cultura? ¿A mostrarse demasiado inteligente para no ser demasiado diferente a los demás?

Me pregunto si es por ese hecho de que hoy día, triunfen series tan cutres como las que nos muestran esa parte de la sociedad, que valga mi ignorancia yo realmente pensaba que no existía, que se vanagloria de ser un inculto, de usar palabras de la calle, de inventarse incluso su propia jerga, de ser felices con su mediocridad. Si existen, no creo que sean felices con lo que tienen y que no quieran más. Más conocimientos, más cultura, simplemente saber más.

La verdad es que sigo dudando, de que esa clase de gente, sea la mayoría en esta sociedad nuestra, pues... 

¿Quién es el listo que dice que por haber nacido en un barrio obrero o dedicarse a limpiar casas, seas una persona inculta? ¿Acaso la cultura, el querer saber no es algo innato del ser humano? ¿Conocer, aprender, instruirse? ¿Acaso no existen bibliotecas en las que poder leer?
No conozco a nadie que no quiera eso, que no quiera saber más, que no se pregunte miles de cosas al día... y sintiéndolo mucho, si ese tipo de gente existe, no quiero conocerlos, porque no aportarían nada nuevo a mi vida y esta es muy corta para rodearse de gente así. ¿No?

Ya sabéis que para mí, la palabra snob no es una mala palabra, y sé que puede, que el que esté empuñando una lanza por la buena dicción del castellano, me convierta en una snob, pero realmente me da igual. Jamás me he creído por encima de las personas que nunca han tenido la oportunidad de aprender, ahora, eso sí, la gente que NO quiere aprender, la gente que le da igual NO mejorar su vida, aquellos que se regodean con sus desgracias porque es lo que les ha tocado vivir, aquellos que creen que abanderan la modernidad del lenguaje tan solo porque desconocen las mínimas reglas del castellano... Esos a mí, me dan muchísima pena, aunque entiendo que en esta loca sociedad debe haber de todo. Lo que me fastidia verdaderamente es que se englobe al conjunto de un país por esa mayoría, dando al mundo exterior la imagen de la incultura y de ser un país de toros y pandereta. 

Así... ¿Cómo nos van a tomar en serio?

Existe un antiguo dicho de la china milenaria del siglo XVI, (no de la actual, por supuesto), que dice:

“No te detengas ante el sonido de palabras que no conoces, como tampoco temas a la oscuridad del destino: en los dos casos se pueden conseguir infinitas satisfacciones”

Slow Life y un poquito más de cultura, por favor.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Envidia y cobardía, las hijas del diablo


Durante mi infancia me crié en un estricto colegio de monjas femenino, donde estoy segura que me enseñaron muchas cosas que me han servido en mi vida, aunque ahora no se me ocurre ninguna. Uno de mis recuerdos es para las clases de religión, donde nos enseñaron que el diablo tenía patas de carnero, cuerpo de hombre y cuernos retorcidos de cabra.

Cuando pasaron los años y siendo mis clases favoritas la de historia, y la de historia del arte, me aficioné a la mitología, y descubrí que aquel diablo que me habían descrito las monjas en su día, no era más que el dios Pan de la mitología griega, o Fauno, en la romana.
Para aquellos que no conozcáis esas leyendas, os contaré que el dios Pan, era el dios de la fertilidad y la sexualidad masculina desenfrenada. Disponía de un gran apetito sexual, y todo lo que hacía en su vida, era tocar su zampoña, un instrumento musical con el que las ninfas que vagaban por el bosque quedaban encandiladas hasta tal punto de cegarse, y no ver su fealdad hasta que era demasiado tarde y las tenía en su poder.

Seguí acumulando años, y alguien me dijo una vez que el diablo no existía y que era un invento humano para que los niños se portaran bien. Con la educación que yo había tenido, me costó creerlo, aunque como siempre, yo estaba abierta a escuchar las distintas opiniones sobre ese tema, pues creo que es así como te forjas tus propias ideas.
Indagando sobre el tema, un amigo mío que estudió teología, también me dio su punto de vista, diciendo que aquellos que cuentan que el diablo no existe, deben tener mucho cuidado, pues son ellos los más vulnerables para que se apodere de sus almas. Aquello me sorprendió, pues pensando que según la religión católica, nuestra alma no nos pertenece, jamás entendí como se puede apoderar de ella el maligno, si nosotros no tenemos la potestad para venderla.

Siendo yo una persona abierta a cualquier idea, menos a las que me parecen retrógradas y necias, como son aquellas que coartan la libertad del individuo a pensar y a hacer lo que verdaderamente quiere hacer, por motivos sociales, religiosos o culturales, no deja de extrañarme, como l@s hij@s del maligno, nos rodean en nuestro día a día.
Una de sus preferidas, es la Envidia. ¡Qué arma tan poderosa tiene el mal con ella! Es sibilina, sigilosa y se va metiendo en la vida de las personas hasta que ennegrece su alma y por ende su corazón y su mente.

Mi abuela me decía muchas veces, que para ser feliz en esta vida, el secreto era no envidiar a nadie, pero que nadie me envidiara a mí. Si bien es algo que jamás he buscado, (que me envidien), ya sea por h o por b, al parecer, tengo algo en mi vida, que siempre, quiera o no, envidian los que me rodean. A ver, aclaremos este punto. No es que yo me sienta envidiada, pues mis amigos, aquellos que son de verdad, no lo hacen. Y por supuesto, yo no quiero ser envidiada, pero al parecer, disponer de una mente abierta, ávida de aprender, de saber, de conocer, de experimentar... Tener una vida liberal, distinta a la que la sociedad a veces quiere imponernos, de una familia espectacular en la que siempre me he apoyado y que siempre estará a mi lado... El tener a un hombre maravilloso, de aquellos que cuando Dios fabricó, rompió el molde, porque solo podía haber uno. Que tiene su puntito de maldad, de rebeldía, de libertad bien entendida. Que disfruta de la vida sin importarle el mañana, que me adora pase lo que pase, pese a quien le pese y pete quien pete, y que desea acompañarme en este camino que es la vida, porque ama lo que soy, sin querer cambiarme... El ser un espíritu libre que va con la verdad por delante, que no se agarra a los hierros candentes de lo políticamente correcto... Todo esto que ahora os cuento, al parecer, jode a aquellos hijos de la envidia que no son nada, porque nada tienen.

Otra de las hijas favoritas del mal es la Cobardía, y por tanto, esta va unida a su hermana, apoderándose de los que siempre han caminado por sendas recorridas con anterioridad por otras personas, porque son tan cobardes que no osan caminar por nuevos caminos, no vaya a ser que sus plácidas y tranquilas vidas se desmoronen.
Son personas infames, necias, incultas, retrógradas, que coartan su propia existencia con normas absurdas que en realidad no quieren seguir. 

Pero... ¡Esperad! ¡Aquí viene lo mejor! 

Esos envidiosos y cobardes, corroídos por el maligno, tienen el corazón tan negro, que además de tener unas patéticas vidas, desean que todos seamos como ellos, e intentan cortar las alas de esos espíritus libres con amenazas ridículas, cuando no se dan cuenta, que la libertad que nosotros poseemos, se basa en la total sinceridad, y que los que nos rodean, lo conocen TODO sobre nosotros, absolutamente TODO y que lo aceptan, pues ellos son igual que nosotros y pertenecen a esta élite de almas libres que vuelan sin pensar en lo que dirán y que abanderan una frase que me encanta:

-SI NO TE GUSTA COMO VIVO, MIRA HACIA OTRO LADO,
PERO DEJA DE TOCARME LOS COJONES–

¿Sabéis algo que une a esos envidiosos? A parte de unos pensamientos negros que a nosotros ya no pueden dañarnos, pues aprendimos a estar por sobre de estas nimiedades.
La incultura, la infelicidad, una latente soledad interior que va destrozando sus corazones y por supuesto, la imbecilidad de creer que bajo el anonimato, (hoy en día eso no existe pues teniendo buenos contactos enseguida puedes conocer a quien pertenece una IP), pueden decir sus sandeces y escupir su mierda sobre alguien que ha sido, es y será feliz siempre. Por nosotros y por supuesto por ellos, pues en el fondo nos dan mucha pena esos seres desgraciados que no tienen nada más que hacer que volcar sus frustraciones en la gente de pensamiento liberal.

¡¡SLOW LIFE!!

P.D: Aseguraros de vivir esta vida tal como deseáis, porque es la única que tenéis. Besitos!!!

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La escala de valores del futuro gobierno de España


Cuando era pequeña, mis padres votaban a un partido que se llamaba Alianza Popular. Lo recuerdo, porque corría por casa un muñequito de goma regordete y con cara de pocos amigos, que representaba al señor Manuel Fraga con el que a veces jugaba, pues para mí, que era aún una niña, era un juguete simpático. 
Nada sabía yo de política, de leyes, y por supuesto de modos de vida, pero sí tenía claro, que mis padres, y por deferencia yo misma, teníamos una escala de valores muy firme.

Cuando cumplí los dieciocho, sin saber lo que hacía y sin preguntarme si había algo más, también voté a ese partido, pues, por aquel entonces, no tenía criterio político y en una familia anclada en los años cincuenta y católica hasta la médula, parecía defender lo que mis padres creían por aquel entonces, el modo de vida tradicional. La familia con hijos, casada para siempre. Trabajadores de empresas sólidas, que cuidaban de ellos, llegando a cumplir veinticinco años en la misma empresa, cosa que se celebraba y se recordaba con una placa en honor al trabajador, (creo que aún corre por casa esa placa de mi padre).

Ni siquiera recuerdo como se produjo el cambio de Alianza Popular al Partido Popular, pero sé que mis padres dejaron de votarles, para votar a la derecha catalana, a medida que sus valores también evolucionaban.

Desde qué comencé a preguntarme el porqué de las cosas y ha crear mi propia escala de valores, al comprobar por mí misma que el mundo no era como las historias que mi madre me contaba de color de rosa, que me di cuenta que en verdad, ningún partido político tenía unos valores firmes y que estos, volubles de por sí, variaban según los escaños que quisieran conseguir.
Aún así, este año quise leer, de cabo a rabo, el programa electoral de ese partido, (pues siempre he pensado que no puedes hablar de lo que desconoces), y desde aquí mis felicitaciones para el creador de tan "maravilloso" cuento, donde se explica, punto por punto, todas las maravillas que van a hacer cuando estén en el poder.
¿Por qué no me creo ese cuento? Por la misma razón que no me creo ninguno de los programas electorales de los otros partidos políticos. Porque aunque uno solo de los componentes del partido crea que eso es posible, no significa que cuando tenga el poder, lo pueda llevar a cabo. Así es la política.
¿Qué ocurrirá cuando nuestro futuro gobierno, y le llamo así porque todas las encuestas lo dan como ganador, realice su "magnífica" reforma laboral, permitiendo lo que ellos llaman empleo estable y oportunidades para todos? ¿Qué ocurrirá cuando saneen el sistema financiero facilitando la gestión de las entidades financieras que así lo precisen? ¿Qué pasará con su reforma del empleo público, de la educación básica, de la universitaria?
Nada.
Porque nada va a cambiar. Porque es el mismo hueso con otro perro. Porque el ciudadano de a pie no les interesa nada más que por sus votos.

Creeré en la política cuando todos los partidos consensuen un cambio general en la misma. Por ejemplo, reduciendo el número de congresistas. De ayudantes. De ayudantes de los ayudantes. Cuando dejen de malgastar el dinero público en cochazos, viajes, y cenas de "empresa". Cuando se bajen el sueldo, y cuando dejen de permitir que los directivos de compañías como telefónica se suban el sueldo mientras siguen con los despidos masivos. Cuando los cargos "menos importantes" se decidan a dedo.

Puede que me niegue a aceptar la realidad. Puede que como tantas otras mujeres de mi familia, haya nacido demasiado pronto y que no esté hecha para esta sociedad que tan pocas cosas se pregunta. O incluso puede que sea demasiado ilusa y que las historias con final feliz, realmente no existan, pero sé que nada vamos a solucionar votando a los mismos de siempre.
Puede que la diferencia de clases deba existir para un buen funcionamiento del mundo, pero odiando como odio las injusticias, y sabiendo que solo las buenas acciones han de ser premiadas, me niego a creer que la sociedad premie a gente, (y ahora no hablo de partidos, si no de políticos en general), que tiene sueldos millonarios, y que cuando está en el poder, en vez de proteger a los trabajadores, (que en definitiva son el motor de un país), cuide más a los empresarios, que les explotan con horarios interminables y sueldos ridículos.
Puede que lo que me ocurre, no sea que no crea en la política en sí, sino que no creo en la gente que la representa, como, por poner un ejemplo, la Sra. Pol, que con sus denigrantes acciones, demuestra que clase de escala de valores tiene, cuando critica a la ministra de defensa, mostrando como usan su sexo las mujeres del PSOE para conseguir las cosas profesionalmente, (que conste que tampoco soy de este partido). Con lo que nos ha costado hacernos un hueco a las mujeres en este mundo de hombres, y usted me sale con eso, excusándose en que "Era una broma". Menos Face y más book señora mía. Un poquito menos de broma, que su trabajo es muy serio, y un poquito más de dignidad.

Slow Life... al menos hasta que nos dejen.

P.D: Tal como alude la imagen que encabeza esta entrada, (por muy poco que me guste su autor), pensemos un poquito antes de hablar.

lunes, 31 de octubre de 2011

La vejez prematura




Dicen los amantes de los animales que cuando más conocen a sus perros, menos les gustan los seres humanos. 

Yo, que soy una gran amante de los cánidos, casi estoy de acuerdo con esta frase, sobre todo cuando en mi día a día me encuentro con uno de los géneros del ser humano que mas detesto, aquellos que yo llamo “los queda bien”, o como les llama la sociedad “los políticamente correctos”.

Creo que esta vena antisocial la he tenido desde bien pequeña, pues cuando mis hermanos deseaban tener un coche mas grande, un trabajo de directivo, una vida social llena de acontecimientos, yo solo anhelaba poder tener una casita en el campo para poder seguir escribiendo mientras los pájaros cantaban en mi jardín. Recuerdo que todos mis hermanos me dijeron que estaba loca y que no podía ir en contra de los cánones de la sociedad.

¿Por qué no? Esa es la pregunta que yo me hice en esos momentos y es la que, después de muchos años, sigo haciéndome.

¿Quién dicta las normas de esta sociedad? ¿Quién decide lo que es correcto o no? ¿Es que acaso no es uno mismo el que ha de decidir si lo que le rodea es lo que quiere?

Entre otro de mis recuerdos, hay uno también de mi infancia, de cuando vi por la calle a un señor mayor de pelo blanco. Iba vestido con tejanos, bambas y un polo de vivos colores y caminaba como si fuera un jovencito de veinte años. Lo recuerdo porque cuando pasamos por su lado, mi acompañante, que creo recordar era mi abuela, comentó que ese hombre ya no tenía edad para vestir de ese modo.

¿Por qué no?

Si os dais cuenta es la misma pregunta que me hice en el recuerdo anterior. Si él está cómodo vistiendo así, si es feliz, si se siente bien. ¿Por qué se ha de vestir con pantalones de pinzas y sandalias de yayo? ¿Por qué? ¿Por qué ya no tiene veinte años?

Nunca he entendido que cumplir años signifique tener que dejar de hacer las cosas que te gustan. A ver, es normal que te cuides, pero dejar de hacer lo que te gusta o de vestir como quieres porque has cumplido cierta edad, lo encuentro patético, y me parece que aquellos que piensan así, lo único que quieren es tenerlo todo bajo SU control.

¿Quién ha decidido que el control sea bueno? Estoy de acuerdo que para que una sociedad funcione han de haber unas normas, pero que la sociedad haya de decidir a qué edad tienes que dejar de usar tejanos, es demasiado. ¿Es que acaso, tras una vida llena de tener que hacer lo que los demás quieren, la gente mayor no se ha ganado el derecho de actuar como les venga en gana? ¿Es que acaso la vejez no está en la mente? Porque yo os aseguro que conozco gente de cuarenta años que parece que tengan sesenta.

Esa gente es la se cree con derecho a decirte lo que tienes que hacer, como has de vestir, cuanto has de beber y como tienes que actuar, y... ¿Sabéis una cosa? A mí me repatea ese tipo de gente.

¿Qué ya no tengo veinte años? Vale, eso lo acepto. ¿Qué tengo que dejar de beber, de salir de fiesta, de comportarme como una jovencita, de pensar que todo puede suceder aún, de que no se ha acabado el tiempo?¿Qué tengo que dejar de ser GUAY como ellos me llaman despectivamente? ¡PUES NO!

Si ellos han querido envejecer, es su problema, no el mío. Y desde aquí les digo que no van a poder conmigo, no voy a ser jamás como ellos son, y que tendré setenta y cinco años y que seguiré vistiendo con mis tejanos, mis bambas y mis camisetas de colores con frases subversivas. Que seguiré creyendo que mi madre, aunque tenga setenta y cinco años, sigue siendo esa mujer que conocí en mi infancia y que se comía el mundo, esa mujer que se pateó las calles de París conmigo disfrutando de cada segundo de frío y cansancio, y que llegó a la habitación del hotel reventada, no por ser mayor, si no porque nos dimos una caña impresionante para poder ver todo lo que teníamos que ver. Seguiré pensando que mi madre tiene derecho a recasarse por todo lo alto con una boda fastuosa que vamos a preparar juntas, aunque mi padre esté en una silla de ruedas. Que seguiré pensando que mi tiempo no ha acabado, que aún me quedan muchas cosas por hacer y muchas cosas que enseñar a los que me preceden. Que seguiré pensando que si me quiero llevar a mi sobrina de fiesta, no es que yo sea la tieta GUAY, si no que es para mostrarle que uno se ha de divertir tenga la edad que tenga.

Desde aquí y desde mi indignación para con aquellos que se regodean en su prematura vejez, solo les diré dos cosas:
1º - No vivo en el campo, pero tengo un precioso apartamento desde el que escribo y escuchó a los merlots cantar.
2º - Nunca seré tan vieja como vosotros porque he decidido no envejecer, y por supuesto, no me refiero a mi cuerpo, que eso es imposible de controlar, si no a mi mente y a lo que es más importante, a mi alma.

Ayer, me pasé varias horas riendo con el compañero que ha decidido acompañarme en este camino que es la vida. Me pregunto cuánto hace que ellos no se ríen.

Slow Life y por favor... dejen de tocar los huevos a los que no quieren ser como ustedes.