Estimada Carme Balcells,
¡Cuántas veces he visto tu imagen como aquello que realmente
era!
La Medici de la literatura. Aquel ángel de hierro que
convirtió la escritura en una profesión. Una de las Rosas que inspiran mis
novelas.
¡Qué triste que te hayas ido sin habernos conocido! ¡Qué
pena más grande tu marcha ahora que los escritores tanto te vamos a necesitar! ¡Qué
bien les va a ir a aquellos que dicen que nunca más un escritor podrá vivir en
exclusiva de escribir libros!
Triste. Muy triste.
Nunca te conocí, y es curioso lo que de ti se oye ahora.
Me
sorprende pues siempre escuché que nadie osaba hablar mal de los muertos, pero
en cambio los rumores sobre tu fuerte carácter, tus grandiosos enfados con
editores, escritores de renombre, y otros agentes, llenan la boca de aquellos
que hablan de ti.
Ahora me gustas más. Sin haberte conocido creo que hubiéramos
hecho buenas migas, pues creo que te abanderaba la libertad y la sinceridad,
aunque luego tuvieras que disculparte, que al parecer no te costaba nada.
No soy de llorar. Bueno, eso es mentira. Soy llorona y con
los años, más, sobre todo cuando me encuentro con gente que defiende a capa y
espada al débil, frente a los grandes grupos comerciales que nos rodean, y que
cada vez nos rodearan más.
Pero por ti no voy a derramar lágrimas, aunque te aseguro que
pienso en tu muerte y mi corazón se acongoja.
¡Ay, si te hubiera conocido! A lo mejor te hubiera odiado,
al menos durante un ratito, aunque luego hubieras sido aquella “Mamá Grande” de
la que la mayoría de tus protegidos hablan.
He llegado tarde y lo siento. ¡No sabes cuánto!
Me gustaría que hubieran más agentes como tú, pero no. Ya
nadie es mecenas. Nadie arriesga.
Desde aquí. Desde la soledad del escritor enfrentándome a
una nueva página en blanco, solo deseo que estés donde estés, sigas vigilando a
tus protegidos, entre los que desde ahora mismo me encuentro, con tu permiso, aunque
no te haya conocido.
Un beso Mamá Grande. Descansa en paz.
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