Normalmente
cuando me traslado de un lugar a otro de mi ciudad, lo hago mediante el metro
de Barcelona, un lugar, a veces agobiante, y otras, inspirador, mientras en mi
cabeza resuena mi música favorita mediante unos cascos.
En
uno de esos viajes, donde estos decidieron dejar de funcionar, no tuve más
remedio que aterrizar en la realidad, dándome cuenta de que la gente habla poco
cuando va en metro, supongo, porque la mayoría vamos solos, y no quedaría nada
bien hablar con nosotros mismos.
Es
bien cierto que nos desplazamos, mientras andamos algo desconectados de la
vida, ya sea whatsapeando, (no sé si existe esta palabra), mirando o jugando
con nuestro Facebook, escuchando música, actualizando el Twitter, o incluso
viendo una peli... Debe ser por ello, que nos sorprende cuando alguien, alza la
voz sin darse cuenta, mientras se emociona al hablar con su interlocutor.
A mí
me ocurrió, hace un tiempo, que escuché a dos señoras que hablaban justo a mi
lado de cómo se iban a organizar los días de Navidad. No es que yo sea curiosa,
que lo soy, aunque su tono de voz, más bien alto, hacía imposible, no
escucharlas, y me hizo gracia oír, como una de ellas le decía a la otra:
-¡Ay,
pero no te preocupes mujer! ¡Sí aún queda mucho para Navidad! ¡Ni tan solo ha
salido el anuncio del Corte Inglés!
¿De
veras ha dicho lo que ha dicho? –pensé.
Y
yo, que tengo la manía de pensar a todas horas, menos cuando escucho música, me
dio por pensar, (aunque sé que en verdad fue una gracia jocosa), que de ser
así, que si alguna gente cree que la Navidad comienza cuando lo anuncian unos
grandes almacenes, y no el día 24 de Diciembre, debe ser porque los publicistas
de estas grandes marcas “piensan” en nosotros, los “consumistas”, para que
tengamos tiempo de adquirir y comprar, todas aquellas cosas innecesarias que
creemos necesarias, sobre todo en esta época.
Sigo
meditando si estoy en contra de la sociedad de consumo, porque a mí me gusta ir
de compras, al menos, cuando puedo. Pero, cuanto mayor me hago, me doy cuenta
de que puede que este no sea el camino, porque puede que nos olvidemos de que
lo material no puede sustituir ni nuestro tiempo, ni nuestros abrazos, ni nuestros
besos hacia los demás.
Creo
que valoramos poco los abrazos y los besos, y que le damos un escaso valor al
tiempo que la gente nos dedica y al que nosotros les dedicamos.
A mí
me enseñaron que la Navidad era un tiempo de amor. De compartir. Un tiempo
donde no había regalos hasta el día de Reyes, (y que no podías quejarte si
estos te traían algo muy diferente de lo que habías pedido, porque eran los
reyes y todo se les perdonaba), aunque en más de una ocasión, (al crecer),
porque yo creí en los reyes magos hasta bien entrados los doce, deseé secretamente,
poner unas gotas de Evacuol al licor de Cointreau que les dejaba esa noche,
para que dejaran de traerme las feas Darling, y que de una vez por todas,
pudiera tener la Barbie Corazones que siempre pedía. He de decir, que al final
todo llegó, con gran esfuerzo por parte de esos reyes.
Me
enseñaron una Navidad cercana a un fuego de chimenea, que solo se encendía
durante ese día, donde se reunían todos los mayores de la familia, que eran muy
muchos. Una Navidad en la que se compartía el “caldo de Nadal”, la “carn
d’olla”, y por supuesto, el “gall d’Indi”. Había música clásica que llenaba los
rincones de la casa, y dulces villancicos instrumentales, porque la Navidad era
una fiesta seria y sagrada, y no un tiempo donde tocar una zambomba o cantar a
grito pelado, que los peces beben en el río, (cosa contra la cual no tengo nada
en contra, pues a cada uno nos enseñan cosas diferentes, esa es la gracia del
ser humano, que no somos iguales). La televisión no se encendía hasta las
campanadas de fin de año y en cambio la gente hablaba mucho, compartiendo sus
vivencias, mientras los niños intentábamos escapar de los achuchones de las
tías y de los odiosos pellizcos en la mejilla, mientras con mi hermano pequeño
nos reíamos aludiendo al pestazo a perfume que hacía nuestra tía favorita, la
tía Lupe, (algún día os hablaré de esta gran mujer).
Recuerdo
el calor de mi hogar en esas fechas. Recuerdo que el amor se podía respirar en
el ambiente, aunque en verdad he de decir que he sido una persona afortunada,
pues ese amor, no solo se sentía en esa época, sino que pululaba cada día del
resto del año. Permitidme la licencia de poder decir, que eso es debido, a tener
la mejor y más entregada madre del mundo ;-)
Hoy,
parece ser, que desde que el Almendro no vuelve a casa por Navidad, (aunque
creo que este año sí que ha vuelto), todo ha cambiado. Algunos dicen que me he
hecho mayor. Puede que sea eso. Pero sigo creyendo que todo aquello que nos
enseñaron está aún en nuestro interior, aunque ahora los apartamentos ya no tengan
chimenea, o aunque sus estrecheces, no permitan invitar a todos aquellos que
desearíamos.
Por
ello, con todo el cariño del mundo, os pido que este año, valoréis un poquito
más el tiempo, los besos, los abrazos, y el amor, que no, aquellos posibles
regalos que os puedan ofrecer. Creo que ese es el auténtico espíritu navideño, el
tiempo que compartimos y el que dedicamos a los demás.
De
nuevo, y como ya os decía en la anterior entrada:
-El
amor es el verdadero motor del mundo. Sin él no hay nada, y él, todo lo puede.
Os
deseo de todo corazón que tengáis una muy, muy Feliz Navidad. Llena de amor,
abrazos, besos, miradas cómplices, sonrisas pícaras y risas desternillantes.
Deseo
que seáis felices, y que el amor, llene estos, y todos los días de vuestra
vida.
¡FELIZ
NAVIDAD! BON
NADAL!
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