Hay un dicho popular que dice que al hombre se le conquista por el estómago. Pensando en esa frase, y aunque antes se dijera con otro significado, pienso que tiene toda la razón del mundo y que al ser humano se le conquista con la comida.
En contra de todos los que dicen que somos lo que comemos y aquellos que comen para mantener el tipo, o que más bien no comen para mantenerlo, he de decir que a mi me gusta comer. Disfruto sentándome a una mesa bien preparada, con un bonito mantel, una buena vajilla y unas copas armoniosas, para disfrutar con los platos nuevos que puede sorprenderme un país al que visito por primera vez, mientras los riego con los mejores caldos, o en esta ocasión con nuevas bebidas que jamás había probado y que me sorprendieron gratamente.
Uno de los postres más típicos de Viena, como si no, es la Tarta Sacher... ¡¡Ayyyy que perdición!! Chocolate, más chocolate y una finísima capa de dulce de frambuesa... ¡¡¡Ñam, ñam!!!
Eso fue lo primero que fuimos a probar, aunque por suerte, en vez de pedir una porción "pequeña", (a todo lo llaman pequeño en Viena), nos decidimos por un "Sacher Cube", que es una porción de tarta en cubo que te presentan junto a una montañita de nata recién montada. ¡¡Espectacular!!! Casi estoy notando el suave sabor del chocolate negro volviendo a pasar por mi garganta...
Por cierto, supongo que la tarta Sacher se puede tomar en cualquier parte de Viena, pero el lugar al que fuimos es el que lleva el nombre de la tarta. La cafetería Sacher que se encuentra justo al lado del hotel con el mismo nombre, está en el número 4 de Philharmonikerstraße, muy cerca de la Ópera.
No tengo fotos originales, pues en cuanto nos sirvieron aquel pedazo de chocolate se nos olvidó todo. Os lo aseguro. Si os gusta el chocolate, la mejor noticia, es que tienen página Web y que te lo envían a casa en tres o cuatro días http://shop.sacher.com/
Siguiendo con la ruta gastronómica, con la ignorancia de la primera vez en Viena, y al haber comido la tarta a la hora que los austríacos comen, llegamos tarde a comer y tuvimos que conformarnos con hacerlo en un italiano, y mientras una señora que fumaba como un carretero me ahumaba la comida, (cosa que odio profundamente), me deleité con un plato de gnochis. Sólo mi cansancio y mi buena educación evitaron que me levantara para hacerle tragar el paquete de tabaco.
Normalmente con el tema del tabaco soy algo radical, pero entiendo que si estás en una terraza al aire libre puedas fumar lo que te venga en gana y entiendo que si son las cuatro de la tarde, una hora en la que en Viena no es normal comer, fumes mientras tomas una copa con tu pareja. Lo que no entiendo es que en vez de bajar el cigarrillo, lo mantengas en alto mientras ves como la dirección del viento lleva el humo hacia la mesa contigua, donde sí están comiendo, y lo que no entiendo es que en media hora escasa puedas fumarte hasta ocho cigarrillos que conté, encendiendo uno detrás de otro.
Bueno... corriendo un tupido velo, he de decir que durante esa comida probé el "Aperol", una especie de vermut naranja que toman mezclado con agua y que entra muy bien cuando el calor aprieta.
Por la noche y cayendo de nuevo en el problema del horario, cenamos en un restaurante típico en el que no me atreví a probar el plato típico de Viena, el Schnitzel, aunque me decanté por un salmón exquisito que acompañé con un vino blanco delicioso, (siendo mi plato favorito, sabía que nada podía salir mal), aunque al ser algo tarde, a las doce nos invitaron a abandonar el restaurante sin postre ni café.
Aquella noche tuve una experiencia muy reveladora. Nos dirigimos a una zona de bares que se encuentra en el barrio antiguo de la ciudad, subiendo escarpadas cuestas de adoquines de piedras, magníficas para mis pies ya doloridos que quisieron lucir tacones, y encontramos un lugar bastante agradable, con buena música, en el que pudieron ofrecerme una de mis bebidas favoritas, un cocktail llamado Cosmopolitan. Lo curioso y revelador, es que al servirme la copa tipo martini con la bebida, me dejaron la coctelera con el resto del cocktail a mi disposición, y así pagué una copa y me tomé cinco cosmopolitan que entraron en mi seca garganta como agua de mayo.
La experiencia reveladora es que me acabo de dar cuenta que es cierto lo que dicen de los catalanes, "la pela es la pela", (el dinero es el dinero), y de nuestra fama de tacaños, (aunque no es mi caso), pues en Barcelona, de una coctelera como aquella, sirven y cobran esos cinco cosmopolitan a cinco personas diferentes. Es una pena que no me quedara con el nombre del local, aunque estoy segura que sabría encontrarlo de nuevo.
El segundo día y ya más puestas con el horario de comidas vienés, nos dirigimos hacia el mejor lugar de Viena para probar uno de los más típicos platos austríacos, el "Wiener Schnitzel".
El lugar se llama "Filgmüller" y se encuentra en el número 5 de Wollzeile, un callejón muy al estilo austríaco que te transporta, si no haces caso de la multitud de gente que hay en hora punta, a la Viena del siglo XVIII.
El restaurante es un lugar sorprendentemente agradable, al que curiosamente, sólo vas a comer. Me explico: No pidas cerveza, ni coca cola, ni nada que no sea vino hecho por ellos mismos, o el segundo refresco más famoso en Austria por detrás de la Coke, el "Almdudler", una limonada de hierbas edulcoradas. La especialidad de la casa es el "Schnitzel", pero cuando vi que aquella escalopa de cerdo rebozada, (que no es si no eso), se salía del plato, y no es porque este fuera pequeño, si no que, por eso tiene fama el lugar, me decidí por algo más ligero pero igualmente típico y delicioso, un plato de "Gulash", que a pesar de ser de origen húngaro, pertenece ya a la cocina austríaca, por su pasado unido al imperio austrohúngaro, tan poderoso en un pasado no muy lejano.
Mmmmmmmm!!!!! Realmente delicioso y la salsa, acompañada del pan también hecho por ellos, suculenta... ¡¡¡Así es imposible hacer dieta!!!
La foto está sacada de la web, pues no me parece bien sacar fotos a alguien que está trabajando, pero es curioso porque realmente, ese es el camarero que nos sirvió y así de grande era el plato que a una de mis amigas sirvió.
Un plato de Schnitzel o uno de Gulash y ya está... ¿?¿? Si, si... No hay postre, ni café. A lo sumo una de las dos ensaladas que tienen para elegir, pero... ¿Qué más quieres? Allí se va a comer Schnitzel.
Vale, he de reconocer que para que yo pruebe un plato típico del lugar que visito, me ha de entrar por los ojos y que ha de ser algo verdaderamente especial y acorde con mis gustos. Por ello aquella noche mientras disfrutábamos del Film Festival en la Wiener Rathausplatz y aunque mi primera opción habría sido una ensalada griega de no haber sido por la cola que había, me decanté por un segundo plato de salmón, pero esta vez al estilo japonés, que cenamos de pie, mientras intentaba no hacer mucho el ridículo con los palillos, (aunque ya les estoy cogiendo el tranquillo).
Una de las mejores cosas que tiene Viena si vais desde el 2 de Julio al 5 de Agosto, es el Film Festival. Justo en la plaza del ayuntamiento, colocan una súper pantalla gigante y unas gradas donde puedes disfrutar de un espectáculo teatral, operístico, cinéfilo o musical, totalmente gratuito. No has de pagar nada, aunque la gran opción de comidas de todo el mundo, que están sutilmente colocadas en los alrededores, hacen imposible que no cenes en aquel lugar.
No sé si habéis ido alguna vez a la fiesta de la cerveza de Barcelona. Bueno, pues esto es algo parecido, pero cada barra te ofrece una comida diferente. China, japonesa, griega, vienesa, española y es muy bonito de ver, pues los camareros van vestidos al estilo de la comida que sirven. Además dispones de barras específicas de bebida como Martini, cerveza, sangría, mojitos...etc...etc... dónde puedes probar tu bebida favorita de un modo completamente diferente a lo que habías probado hasta ahora.
Y algo verdaderamente curioso. Te sirven en copas de cristal y en platos de porcelana y puedes llevártelos a donde quieras, incluso puedes ir al parque de al lado. No te cobran fianza, ni te dan un "cutre" vaso de plástico, y a cambio, sólo te piden que cuando acabes, dejes el vaso en el lugar indicado para ello, cosa que todo el mundo hace.
Bueno, pues después de cenar los delicioso trocitos de salmón acompañados de unas verduritas y un arroz blanco, mientras lo acompañaba de un Martini blanco con limón, nos aposentamos en una de los asientos de las gradas puestas para tal fin y disfrutamos de una opereta llamada "Das Land des Lächelns", (La tierra de las sonrisas), que aunque estaba completamente en alemán, pude llegar a comprender la historia lo suficientemente bien para disfrutar de ella.
Como el lugar cerraba a las doce y ya nos habíamos adaptado a su horario, pudimos después de disfrutar de la opereta, terminar la noche tomando el postre favorito del emperador Franz Joseph I, el "Kaiserschmarren", una especie de buñuelos de harina rotos, espolvoreados de azúcar glasé, que se toma con compota de manzana o frambuesa y que acompañamos con una bebida que se llamaba "Martini Royal mit Asti"
Y yo, que soy una enamorada del Martini, (no del vermut, si no del Martini), y que creía haber probado todas las diferentes versiones de esta bebida, descubrí una manera de beber mi bebida favorita totalmente diferente, y de una forma que he de mirar si en España puedo conseguir.
El Martini Royal se forma con una ½ de Martini Rosatto, una ½ de Martini Prosecco o Brut, una rodajita de naranja o limón, y hielo.
DE, LI, CIO, SO...
De veras... Muy, muy bueno.
Y si bien el "Asti" era la marca del champagne que usaron para juntar al Martini Rosato, en todas las recetas del Martini Royal, sale con ese nuevo Martini, el Prosecco o Brut, (que desconozco si existe en mi país), y que no sé si es una nueva versión de Martini o si simplemente, es champagne de esa marca.
He de investigar... Os dejo una foto oficial, por si alguien ha visto ese tipo de Martini, (no el rosatto, el otro), en España.
Bueno... y ya para acabar mi ruta gastronómica por Viena, y volviendo a llegar tarde para comer en cualquier sitio que se preciara, al día siguiente, último de nuestro viaje por tierras austriacas, acabamos en una taberna Australiana, comiendo yo, una hamburguesa de carne de canguro que estuvo saltando en mi estómago hasta que varias horas después, me sirvieron en el avión el "delicioso", (es ironía), sandwich de pollo caliente que cené por simple inercia, y para olvidarme de las numerosas turbulencias con las que me encontré en mi viaje de vuelta, cosa que no hizo si no agravar la fiesta en mi estómago, que aún a día de hoy, está intentando recuperarse.
De todo este viaje, me llevo muy buenos recuerdos. Grandes paisajes, palacios de ensueño, jardines imposibles, edificios magníficos, nuevos sabores, nuevas experiencias y largas conversaciones para compartir mi vida con quienes me acompañaron, que no son si no, la escasa gente que forma ya parte de mi más íntimo circulo de amistades.
Pero... y mira que he intentado quitármelo de la cabeza, hay una pregunta que insiste en salir a la luz. Algo que de veras quisiera que algún autóctono me contestase:
¿Es que los austríacos no saben lo que es la fruta?
Slow Life!!!
P.D: Hasta el próximo lunes dieciocho de Julio, que volveré con más historias.
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