viernes, 1 de julio de 2011

Síndrome de Cushing

¡¡Adiós Boby!!


La verdad es que hoy tenía preparada una preciosa historia sobre mitología griega, pero a veces, y aunque sabéis que no me gusta hacer las cosas porque se han de hacer, en contadas ocasiones, en situaciones muy especiales, claudico para hacer lo correcto, sólo por el amor que siento hacia la persona a quien va dirigida la entrada de hoy.

Así que aplazaré mi apoteósica historia griega para dar paso a la triste historia de la muerte de Boby.

Realmente, Boby se marchó al cielo de los perros hace tres días. Puede que alguien crea que he tardado demasiado en escribir sobre él, pero se ha de tener en cuenta que por mucho cariño que le tuviera, no era mi perro. No le vi nacer, no compartí con él sus primeros días, no le di el biberón, ni siquiera tuve que reñirle porque royera las patas de la silla o porque se comiera mis zapatillas, como en el caso de Durc.

Supongo que cuando más apegado estás a un bichito como este, más te duele su muerte. Pero, si al final me he decidido en escribir esta entrada de hoy es por mi madre.

Boby si era su perro. Bueno, imaginad si era suyo, que ella le llamaba sus zapatillas, porque le seguía a todas partes. Que ella iba a la cocina, él iba detrás por si caía algo mientras ella cocinaba, que ella se iba al sofá, él detrás por si era recompensado con alguna caricia, cosa que era muy usual. Si mi madre salía al jardín, él detrás, tan sólo por el mero hecho de estar con ella. Así toda una vida detrás de mi madre sólo por tener sus caricias, sus mimos y su amor durante catorce años, hasta que tuvo que enfrentarse a una enfermedad bastante desconocida, al menos para mí.

El síndrome de Cushing dijeron que tenía. Una enfermedad hormonal irreversible, parecida a un cáncer. Yo sigo sin saber lo que era, pero devastó su pequeño cuerpecito hasta dejarlo hecho un saquito de huesos. 

La última vez que vi a Boby, había perdido las ganas de vivir. Semanas atrás dejó de caminar, aunque por suerte, su pequeño tamaño, hacía que pudiera ser transportado de un lado a otro. Pero luego, dejó de comer, e incluso, lo hacía sin ganas cuando intentamos alimentarle ofreciéndole una papilla que casi le obligábamos a comer.

Supongo que cuando el cuerpo y la mente dicen basta, ya no hay nada que hacer, y Boby dijo basta.

Hay gente que dice que los perros no tienen sentimientos, que somos nosotros quien humanizamos simples actitudes como el instinto. Yo jamás lo he creído, e incluso detesto un poco a aquellos que dicen esas cosas sin ni siquiera haber compartido ni un solo momento de su vida con uno de estos seres tan maravillosos que no piden nada más a cambio que les quieras y les cuides, para darte lo mejor de ellos.

Nadie que no haya convivido con un perro sabe que se siente cuando mueve su colita, te pega un lametón, o simplemente te mira con sus ojitos como preguntándote, ¿Qué quieres hoy de mi?. Así que si jamás han convivido con uno de ellos, les pido que se abstengan de hacer esa clase de comentarios, porque a los que compartimos nuestra vida con uno de ellos y sabemos de lo que son capaces, nos duele, y mucho.

Yo creo firmemente que tienen sentimientos y, yendo aún más allá, sé que tienen alma y estoy segura que esta, como la nuestra, también se transforma en energía para viajar a algún lugar mejor.

Y lo que si sé con total certeza, es que Boby se llevó de esta vida, uno de los más importantes sentimientos, el amor. Boby se fue con su pequeña alma llena de amor y sé que allí donde ahora esté, estará mejor, pues Durc, Drac y Tom, estarán con él.

Un besito Boby. Pórtate bien con Drac.

No hay comentarios:

Publicar un comentario