Recuerdo
que, ya desde bien pequeña, adoraba el arte de leer. Me pasaba horas y horas
enfrascada en los cuentos que mis padres me compraban y, aunque sé que a lo
mejor es un recuerdo forjado por mi imaginación, creo recordar que desde bien
niña, me quedaba mirando la gran estantería que cruzaba uno de los salones de
mi casa, de pared a pared y de suelo a techo, pensando cuando podría yo,
comenzar a leer esos grandes libros que ahora aún no se encontraban a mi
alcance.
Rememoro
largas tardes con apenas seis años en una pequeña sala donde mi madre se
dedicaba a hacer media, mientras yo, sobre una alfombra que cubría el suelo, leía
las palabras de esos maravillosos cuentos que me trasladaban a otros mundos.
Hoy en día aún conservo la maravillosa colección llamada el mundo de los niños
de la editorial Salvat.
La
vida era diferente en aquel tiempo, no digo que fuera mejor, pero si diferente,
y si bien recuerdo con cariño las maravillosas fábulas de Esopo, recuerdo
también que jamás me gustó el cuento de la lechera, pero que si en cambio, uno
de mis favoritos, era la leyenda del padre, el hijo y el asno.
Había
una vez un padre y su hijo que fueron al mercado para vender su asno. De camino
a la ciudad caminaban los dos al lado del animal cuando al cruzarse con unos transeúntes
escucharon sus comentarios en los que decían:
- ¡Qué
gente más tonta, el burro descansado y ellos dos a pie!
A lo
que el padre le dijo al hijo:
-
Tienen razón, sube tu hijo y yo caminaré a tu lado.
Volvieron
a cruzarse con otros transeúntes que exclamaron:
-
¡Esta es la juventud de hoy, el hijo descansando sobre el asno y el padre
caminando a su lado!
A lo
que el padre dijo:
- Tienen
razón, subiré yo en el asno y tú puedes caminar.
Acercándose
a la ciudad, se cruzaron de nuevo con otro grupo de transeúntes que dijo:
- ¡Qué
descaro, el padre sobre el asno y el hijo cojeando y a pie!
A lo
que el padre dijo:
- ¿Sabes
qué? Tienen razón. Subiremos los dos en el burro.
Cuando
llegaron al mercado, algunos transeúntes osaron decirles:
- ¡Qué
vergüenza, dos hombres fuertes sobre un pobre asno, esto es que no tienen
corazón!
Padre
e hijo bajaron del asno y decidieron cargar al animal sobre sus hombros. Este iba muy incómodo y tras el traqueteo al pasar por las tablas de un puente,
el animal dio tres coces y los tres cayeron al agua.
La
leyenda termina diciendo:
- Aquel
que a todos quiere complacer a nadie acaba por satisfacer.
Es
una lección que aprendí desde bien pequeña y aquello forjó en mí un carácter
que algunos llaman único y otros transgresor, pero que ahora que mi intención
es meterme cada vez más en el mundo literario, veo que me va a ir de fábula
para poder caminar por este mundo tan lleno... tan lleno... tan lleno de transeúntes.
Slow
Life!!
P.D:
A veces me pregunto qué carácter tendrán en el futuro los niños de hoy, si ni
siquiera conocen quien era Esopo.
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