lunes, 9 de mayo de 2011

Querido Durc


Hoy sólo puedo recordar de ti el día que te vi por primera vez. Eras una pequeña bola de pelo negro que intentaba mamar de su madre sin conseguirlo, pues ella, cruel y sabia, te apartaba de tu tan necesario sustento, pues tú no debías vivir según las leyes de la naturaleza. Eras el pequeño, el retrasado, el último de sus cachorros y el que no estaba aún formado, pero de entre los más de doce cachorros que había parido tu madre aquella noche, fuiste el único que vino cuando te llamé.

Tus orejas volaban sin rumbo mientras corrías hacia mí y ni siquiera tu madre impidió que te apartaras de su camada. Ella no te quería, pero sé en que su interior, sabía que venirte conmigo era tu única salida.

Te llamé Durc porque como el hijo de Ayla, la protagonista del Clan del Oso Cavernario, escrito por una de mis escritoras favoritas, Jean M. Auel, eras el diferente, el que no querían en la camada y como él, Dios te había dotado de una señal que te hacía pertenecer a mí, una raya blanca que cruzaba tu frente hasta llegar casi a tu naricita.
Viniste corriendo para que te hiciera caricias, esperando encontrar el amor que tu madre no te había dado en brazos ajenos y vaya si lo encontraste. Para que no estuvieras sólo te busqué un compañero entre todos tus hermanos del que seguramente hablaré en una próxima y espero que lejana entrada, y así empezó tu vida entre nosotros, cuando sin quererlo pero deseándolo, te llevé conmigo a Barcelona.

Eras el más pequeño de los dos. Eras el de las orejas caídas. El que siempre se estiraba cual largo era sacando la lengua mientras lo hacía, haciendo que quien te mirara se riera contigo, no de ti.
Pocas fotos tuyas tengo donde estés solo, pues no podías separarte de tu hermano ni tan siquiera un momento sin echarlo de menos. Cuando no le veías te ponías a llorar pero él siempre te buscaba y te encontraba, estuvieras donde estuvieras. Recuerdo que luego te gruñía abroncándote delante de mí, como regañándote por haberte escondido, aunque yo siempre pensé que no es que te escondieras, si no que te perdías, aunque fuera un apartamento de tan sólo cincuenta metros cuadrados.

Así eras Durc. Sencillo, algo patosillo, un poquito autista, pero eras mi Durc.

Recuerdo que aún con la oposición de tu padre adoptivo, empezaste durmiendo conmigo dentro de la cama, eras tan pequeñito que me daba pena dejarte en tu camita cuando me mirabas con esos ojitos llenos de tristeza, a pesar que dormías enganchado a tu hermano Skar. A veces no sabía quien era quien, pues estabais tan enganchados que no sabía donde empezaba uno y terminaba el otro.
Me pregunto que estará pensando ahora Skar o si debe echarte de menos. Yo creo que sí. Aunque supongo que eso es lo que debemos creer todos aquellos que pensamos que los perros también tienen alma. ¿Como puede no tenerla, alguien que puede darte tanto amor?

Pero creciste, por suerte conseguimos sacarte de nuestra cama y que durmieras en el sofá del salón, pues tu camita se quedó pequeña, a pesar de que eras la mitad de tu hermano. Los dos crecisteis tanto que el apartamento se os quedó pequeño. Necesitabais espacio para correr, para sentiros libres y así nos lo demostrabais cada vez que salíamos de casa. Destrozando el sofá, las paredes, las puertas, e incluso rompiendo mi vestido de novia. Sé que nos enfadamos mucho en esa época y sé que cada vez que entrábamos en casa lo hacíamos pensando que sería esta vez lo que os habríais comido. Pero a pesar de nuestros enfados, jamás os dejamos de querer y por suerte, pudimos encontraros una casa donde os convertiríais en seres libres.

En el chalet, junto a los que yo llamé vuestros yayos, empezasteis una nueva vida. Allí donde empezó todo, encontrasteis un lugar donde crecer y convertiros en unos perros hermosos, fuertes y ágiles. Bueno, tú no. Hermoso lo fuiste siempre, tan sólo por querernos como lo hiciste durante el tiempo que quisiste compartir con nosotros. No fuiste fuerte, ni ágil, ni tan guapo como Skar, pero eras simpático, gracioso e incluso a veces cómico, y ocupaste un lugar en nuestros corazones que ya nunca podrán olvidarte.

Y los años pasaron, doce exactamente y tu cuerpo dijo basta. Estabas cansado y últimamente ya ni siquiera te movías de dentro del salón, mientras mirabas con añoranza el jardín desde tu rincón, sabiendo que si no te ayudaban no podrías salir. Así lo hacía el que se convirtió en tu papá durante los años que estuviste en el chalet. Aquel que se escudaba en que eras tonto para no querer ver que tu luz se apagaba, y no reconocer lo mucho que te quería y lo mucho que sé que te echará de menos en lo más profundo de su corazón.
Sé que a veces eramos injustos y que cuando hacías alguna trastada, te comparábamos con tu perfecto hermano, con el guapo como le llamábamos, pero todos te quisimos mucho.

Es inevitable derramar unas lágrimas por ti mientras escribo esta carta que jamás podrás leer, pero que sé que de alguna manera te transmitiré a través de mis sentimientos.

Eras el tonto, pero eras mi tonto. Eras mi Durc. Mi pequeño payaso que era capaz de comerse la pata de un jamón y hacer creer a todos que la había cogido tu hermano.
Eras el imperfecto, el no desarrollado, el que le faltaba un hervor, pero eras mío, a pesar de que tuve que dejarte en buenas manos durante tu madurez, para que los dos pudiéramos ser libres.

Sé que ahora estás en el mejor lugar de todos. Dicen que el cielo es como nosotros queramos imaginarlo y en mi cielo estás tú y sé que no estás sólo y que no tuviste miedo cuando nos dejaste para emprender ese viaje, pues sé que Drac y Tom te vinieron a buscar para que no volvieras a perderte, pues tu hermano no podría haberte ido a buscar. Aún no.

Durc. Te quise, te quiero y te querré y sé que dentro de, (espero mucho), serás uno de los que vengan a buscarme. 

Durc
1999/2011






















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