lunes, 31 de octubre de 2011

La vejez prematura




Dicen los amantes de los animales que cuando más conocen a sus perros, menos les gustan los seres humanos. 

Yo, que soy una gran amante de los cánidos, casi estoy de acuerdo con esta frase, sobre todo cuando en mi día a día me encuentro con uno de los géneros del ser humano que mas detesto, aquellos que yo llamo “los queda bien”, o como les llama la sociedad “los políticamente correctos”.

Creo que esta vena antisocial la he tenido desde bien pequeña, pues cuando mis hermanos deseaban tener un coche mas grande, un trabajo de directivo, una vida social llena de acontecimientos, yo solo anhelaba poder tener una casita en el campo para poder seguir escribiendo mientras los pájaros cantaban en mi jardín. Recuerdo que todos mis hermanos me dijeron que estaba loca y que no podía ir en contra de los cánones de la sociedad.

¿Por qué no? Esa es la pregunta que yo me hice en esos momentos y es la que, después de muchos años, sigo haciéndome.

¿Quién dicta las normas de esta sociedad? ¿Quién decide lo que es correcto o no? ¿Es que acaso no es uno mismo el que ha de decidir si lo que le rodea es lo que quiere?

Entre otro de mis recuerdos, hay uno también de mi infancia, de cuando vi por la calle a un señor mayor de pelo blanco. Iba vestido con tejanos, bambas y un polo de vivos colores y caminaba como si fuera un jovencito de veinte años. Lo recuerdo porque cuando pasamos por su lado, mi acompañante, que creo recordar era mi abuela, comentó que ese hombre ya no tenía edad para vestir de ese modo.

¿Por qué no?

Si os dais cuenta es la misma pregunta que me hice en el recuerdo anterior. Si él está cómodo vistiendo así, si es feliz, si se siente bien. ¿Por qué se ha de vestir con pantalones de pinzas y sandalias de yayo? ¿Por qué? ¿Por qué ya no tiene veinte años?

Nunca he entendido que cumplir años signifique tener que dejar de hacer las cosas que te gustan. A ver, es normal que te cuides, pero dejar de hacer lo que te gusta o de vestir como quieres porque has cumplido cierta edad, lo encuentro patético, y me parece que aquellos que piensan así, lo único que quieren es tenerlo todo bajo SU control.

¿Quién ha decidido que el control sea bueno? Estoy de acuerdo que para que una sociedad funcione han de haber unas normas, pero que la sociedad haya de decidir a qué edad tienes que dejar de usar tejanos, es demasiado. ¿Es que acaso, tras una vida llena de tener que hacer lo que los demás quieren, la gente mayor no se ha ganado el derecho de actuar como les venga en gana? ¿Es que acaso la vejez no está en la mente? Porque yo os aseguro que conozco gente de cuarenta años que parece que tengan sesenta.

Esa gente es la se cree con derecho a decirte lo que tienes que hacer, como has de vestir, cuanto has de beber y como tienes que actuar, y... ¿Sabéis una cosa? A mí me repatea ese tipo de gente.

¿Qué ya no tengo veinte años? Vale, eso lo acepto. ¿Qué tengo que dejar de beber, de salir de fiesta, de comportarme como una jovencita, de pensar que todo puede suceder aún, de que no se ha acabado el tiempo?¿Qué tengo que dejar de ser GUAY como ellos me llaman despectivamente? ¡PUES NO!

Si ellos han querido envejecer, es su problema, no el mío. Y desde aquí les digo que no van a poder conmigo, no voy a ser jamás como ellos son, y que tendré setenta y cinco años y que seguiré vistiendo con mis tejanos, mis bambas y mis camisetas de colores con frases subversivas. Que seguiré creyendo que mi madre, aunque tenga setenta y cinco años, sigue siendo esa mujer que conocí en mi infancia y que se comía el mundo, esa mujer que se pateó las calles de París conmigo disfrutando de cada segundo de frío y cansancio, y que llegó a la habitación del hotel reventada, no por ser mayor, si no porque nos dimos una caña impresionante para poder ver todo lo que teníamos que ver. Seguiré pensando que mi madre tiene derecho a recasarse por todo lo alto con una boda fastuosa que vamos a preparar juntas, aunque mi padre esté en una silla de ruedas. Que seguiré pensando que mi tiempo no ha acabado, que aún me quedan muchas cosas por hacer y muchas cosas que enseñar a los que me preceden. Que seguiré pensando que si me quiero llevar a mi sobrina de fiesta, no es que yo sea la tieta GUAY, si no que es para mostrarle que uno se ha de divertir tenga la edad que tenga.

Desde aquí y desde mi indignación para con aquellos que se regodean en su prematura vejez, solo les diré dos cosas:
1º - No vivo en el campo, pero tengo un precioso apartamento desde el que escribo y escuchó a los merlots cantar.
2º - Nunca seré tan vieja como vosotros porque he decidido no envejecer, y por supuesto, no me refiero a mi cuerpo, que eso es imposible de controlar, si no a mi mente y a lo que es más importante, a mi alma.

Ayer, me pasé varias horas riendo con el compañero que ha decidido acompañarme en este camino que es la vida. Me pregunto cuánto hace que ellos no se ríen.

Slow Life y por favor... dejen de tocar los huevos a los que no quieren ser como ustedes. 

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