viernes, 18 de febrero de 2011

¡La llamaban, Guardia Civil!


Sé que hoy debía hablaros sobre el Louvre. Pero, voy a hacer un alto en el camino para contaros una historia que desearía que no se olvidara. Supongo que eso es algo que podemos hacer los escritores, escribir para que la gente no olvide.

No sé si al final mis libros acabaran en la librería, si se venderán como Best Sellers, o si algún día podré sentarme en una mesa del Corte Inglés para poder firmar ejemplares, pero, como siempre he pensado, esto no está en mi mano, si no, en la de los editores.

Yo, simplemente escribo.

Aún no soy mayor, no me considero adulta y podría decirse que estoy en un nuevo estado al que llamaríamos jóvenes-adultos. Vamos, en la transición de uno a otro. Pero supongo, que empiezo a darme cuenta que la vida pasa y que todo aquello que no hemos hecho en el pasado, con las personas que han formado parte de él, ya no podemos hacerlo, si éstas no están con nosotros.

Por ello, quisiera contaros, (aunque es una historia personal), cómo era mi abuelita. La cuento porque ya hace tiempo que no está entre nosotros y... ¡Qué puñetas! Porque quiero hacerlo.

Os preguntareis el porqué de esta entrada. Siendo sincera, ni yo misma lo sé. A veces, me siento delante del ordenador y empiezo a escribir lo que siento y hoy, es una de esas veces.

¡Qué triste es darte cuenta que podrías haber sabido mucho más, de haber sido más curiosa! Pero, supongo que a todos nos ha pasado. Cuando eres niña, poco te interesas por las cosas de tus mayores, sin darte cuenta que ellos también han tenido una vida llena de experiencias enriquecedoras.

Jamás he vivido una guerra en primera persona, (espero que el destino no me haga esa faena), y la estupidez de la juventud, hizo que nunca le preguntara a mi abuelita cómo fue vivir esa experiencia. Cómo podía levantarse cada día para ir a trabajar al ayuntamiento mientras las bombas seguían cayendo sobre Barcelona. Cómo fue tener que ser la cabeza de familia mientras su esposo, mi abuelo, (al que no conocí), perdía su tienda de fotografía a causa de los múltiples robos, perdiendo el sustento principal y teniendo que buscarse la vida con el extraperlo.
Siempre he oído decir a los míos, que a mi abuelita, la llamaban la guardia civil, por la mala leche que gastaba. Yo, en mi experiencia como niña junto a ella, no puedo decir nada malo de su persona, pues ella, cuando todo lo de la guerra había pasado, cuando la vida era mucho mejor gracias a la transición democrática, ella me enseñó a tener unas normas, a realizar una buena elección, a que todo tenía su momento, a que todo tenía su lugar y a que las cosas se hacían como decían los mayores, sin rechistar.
La llamaban guardia civil, por su mala leche, pero no le hacia falta subir el tono de voz. Tan sólo con una mirada te obligaba a hacer lo correcto. ¡Eso sí que lo he vivido en propia carne! Y os juro que le hacías caso a la primera.

Mi querida abuelita, sé que esto es un tributo a ti, por todo aquello que no te pregunté, por todas aquellas veces que no te hice caso, por todos los momentos que quise que me dejaras en paz, porque pensaba que eras una pesada retrógrada y que no sabías nada, sabiendo tanto cómo sabías.

Ella decía que el amor era sacrificio, (cosa que ya sabéis, no estoy de acuerdo), y sus palabras favoritas eran "Deber y Obligación". Pero... ¿Cómo podía pensar una persona que siguió trabajando durante los bombardeos? ¿Qué aprendió a esquivar las bombas y que jamás se escondió en un refugio, pues tenía que ser parte del sustento familiar?
Lo poco que sé de mi abuelito, es que era la parte alegre, el payaso de la familia, (con todo el cariño que supone esta palabra), el que traía la alegría en los momentos más duros del día, el que se presentaba en casa con un paraguas del que colgaban chorizos, salchichones y demás viandas conseguidas de Dios sabe donde y Dios sabe cómo. El que se enfrentaba a los anarquistas para recuperar un simple crucifijo que estaba a punto de arder en la pira, diciendo que lo usaría como cascanueces. El artista que pintaba cuadros de bailaores flamencos para que su familia no muriera de hambre, el que vendió su mejor obra, a la que tituló "Boria Avall" para salvarle la vida a mi madre, cuando casi se la lleva la difteria. El soñador, el que contaba y escribía cuentos que alegraban los oscuros días de la juventud de mi madre y de mis tíos. El creador de preciosas fotos que, si algún día tengo la posibilidad, verán la luz en una exposición que llevará su nombre. El poli bueno, que hoy día llamaríamos. Pero también, el punto de apoyo de mi abuelita. Creo que sin él, ella no hubiera sobrevivido. Creo que sin él, ninguno de ellos lo hubiera hecho. Nadie puede sobrevivir tal como era mi abuelita, si no tiene una vía de escape. Y él, estoy segura, era su vía de escape.

No sé como vivieron la guerra, tan sólo un montón de anécdotas que mi madre me ha contado y que a lo mejor, algún día, plasmo sobre una novela, porque os juro, que hay suficiente miga para escribir un libro. Pero... ¡Maldita sea! ¡Jamás me arrepentiré tanto como ahora de no haberle preguntado más cosas! Por suerte, soy de las que lo guardo todo y tengo suficiente documentación para documentarme.

¿Por qué me ha dado por escribir de algo tan íntimo, yo que tanto defiendo la intimidad personal?

No lo sé, pero aunque penséis que estoy algo loca. A veces, noto a mi abuelita conmigo y la añoro. Y hoy, como tantas veces, la añoraba. La echaba de menos, aunque sé que se pondría las manos en la cabeza al ver la sociedad que ahora nos envuelve. Aunque sé que echaría más de una de su miradas y que podría arreglar el mundo si así lo quisiera, pues a tesón, nadie la ganaba

Sé que ella podría mostrarme el camino, de nuevo. Ese camino que a veces perdemos, pero que con ella o sin ella, siempre acabamos encontrando.

No se si vuestros mayores aún viven, pero, dejad que os de un consejo. Tomaros algo de vuestro preciado tiempo para hablar con ellos. Para preguntarles, para pedir consejo, para involucrarles en vuestras vidas y para hacerles partícipes de vuestros sueños y vuestros anhelos, de vuestras preocupaciones y de vuestros problemas.

Para tratarlos como algún día desearéis que os traten.

Abuelita... ¡Esto va por ti!! Allí donde estés, sé que algún día volveremos a encontrarnos.

3 comentarios:

  1. siempre nos queda la nostalgia de no haber podido hablar lo suficientecon nuestros seres queridos, con aquellos que ya no estan con nosotros. Los abuelos que tenian mucho tiempo para hablarnos y contarnos todo aquello que quisieramos escuchar. Pero nunca tenemos demasiado tiempo ni interes para escucharlos. Aunque esas historias que nos contaron no cayeron en saco roto y aparecen de golpe en nuestra memoria para hacernos compañia y servirnos de guia.
    Estoy segura que tu abuelita sigue a tu lado, cada dia, en cada cosa que haces, porque formo parte de tu vida, porque la quisiste y porque te quiso y porque nunca nadie podra cambiar lo que viviste a su lado.
    Gracias por hacerme recordar a mi abuela y a mi abuelo y a mi padre y a todos aquellos que fueron importantes y no escuche suficiente. Un abrazo

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  2. Danny, dicen que nunca es tarde si la dicha es buena. Así que aprovecha tu tiempo para estar con los tuyos, pues nada te ha de dar de bueno el exceso de trabajo. ¿Trabajar tanto para que? Para no poder disfrutarlo? La vida es más sencilla de lo que nos creemos.

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  3. Dicen que rectificar es de sabios y tras la insistencia de uno de mis seguidores, sólo quiero decir, que al parecer, el cuadro que pintó mi abuelito de Bòria Avall era una copia de un artista catalán.
    Por cierto... ¿Sabíais que el Boria Avall era el camino de la verguenza que les hacían pasar a los criminales de Barcelona? Una curiosa historia, ahora que la conozco.

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