miércoles, 26 de enero de 2011

Os voy a contar un cuento...

Retomando el tema de ayer sobre lo muy diferentes que somos, os diré que el ser humano es tan distinto uno del otro que me parece una aberración que haya gente que sólo quiera relacionarse con personas de su mismo estatus social, o que no quiera probar alguna vez en la vida, como se ven las cosas desde el otro lado.

Mi madre, mujer sabia entre las mujeres, me contaba una historia cuando era pequeña, para que me diera cuenta, que es imposible hacer cambiar a una persona de parecer, si no está abierta a escucharte.

Permitidme que os la relate:

Resulta que, había una vez una muchacha que amaba a su marido con locura, pero el tiempo pasó y él se enfrascó tanto en su trabajo que cada vez la iba dejando más de lado, hasta que sus conversaciones, los mimos, y las caricias que se prodigaban, dieron paso a la más absoluta y penosa indiferencia.
Pero ocurrió que esta muchacha, conoció a un tipo por la calle que empezó a acompañarla a los lugares, entabló largas conversaciones con ella, y poco a poco hizo que esta se encaprichara de él, a pesar que seguía amando a su marido.
Una noche él la invitó a su cabaña del bosque, y aunque ella le recordó que era una mujer casada y que tenía que volver pronto a su casa, él la convenció para que no se preocupara, diciéndole que acabarían antes de que anocheciera. Para llegar a esta cabaña debían pasar un río y el transbordador cerraba sus puertas a las ocho de la tarde, así que ella le pidió que debían acabar antes de esa hora, a lo que el dijo:
¡Nena, confía en mí!
Pero las cosas no fueron como ella esperaba y la noche se cernió sobre la cabaña y cuando ella se dio cuenta, ya eran las nueve y media. Sabiendo que su amante tenía una lancha, le pidió que la acompañara al otro lado del río, pero él se negó diciendo que estaba agotado. Como ella quería estar en casa antes de las doce, empezó a caminar por el bosque hasta llegar al río donde el transbordador hacía rato que estaba fuera de servicio, pero entonces vio a un pescador que estaba preparándose para faenar y acercándose a él, le pidió si podía llevarla al otro lado, cosa a la que el se negó, porque tenía muy pocas horas para pescar el máximo de peces y llevarla sería una gran molestia. Nerviosa por la situación, llamó a su marido, comprobando que ni siquiera se había dado cuenta que ella no estaba en casa. Cuando le explicó que había ido a ver a una amiga y se le había hecho tarde y que por favor la viniera a buscar, el se negó aludiendo que tenía demasiado trabajo.
Ni corta ni perezosa y con el ansia de volver a su casa, la muchacha intentó cruzar el río a nado con tan mala suerte que se ahogó. ¿Quién tuvo la culpa de su muerte?

Os aseguro que hay opiniones para todos los gustos y que, reunión en la que saco el cuento, reunión donde se puede comprobar las ideas tan diferentes que tiene cada ser, pues incluso siendo igual la respuesta, cada uno piensa de forma diferente cuando dice el porqué piensa eso.

¡Esto es la salsa de la vida! Ser tan diferentes entre nosotros. Si todos pensáramos igual, la vida sería muy, pero que muy aburrida.

No dejéis que nadie "os coma la cabeza", pero tampoco cerréis vuestra mente a nuevas ideas y a nuevos retos.

Slow life y tomaros las cosas con calma.

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