lunes, 13 de junio de 2016

Mil colores en un corazón roto




Durante mi vuelta en tren a Barcelona, escuché a un desconocido decir a su compañero de viaje que el ser humano se estaba volviendo completamente loco, frase con la que no podía estar más de acuerdo, como siempre me ocurre cuando la televisión nos hace eco de sucesos horribles como la última matanza en USA.

Digo la última, porque lo es, pero también porque parece ser que vamos a tener que acostumbrarnos a ver noticias así en los telediarios, así como tuvimos que acostumbrarnos a ver guerras, o los cuerpos inertes de las víctimas de atentados y accidentes.

Si cada vez más pienso que los buenos periodistas tienen sus días contados, como otras tantas profesiones que están quedando solapadas por la negligencia de aquel que no se siente bien pagado, también pienso que hoy en día las noticias de las cadenas de televisión, son más películas de terror o de acción que verdaderas noticias, de aquellas que te informaban del qué, del cómo, del porqué y del cuándo, sin necesidad de compartir con todos imágenes que al menos a mí, me alteran el sueño.
Parece que a algún tarado mental se le ha metido en la sesera que el dolor, el sufrimiento, la sangre o la muerte vende, cuando por ejemplo en mi caso lo que me hace es cambiar de canal. No porque no sea consciente de las tragedias que rodean el mundo, o porque sea egoísta y no me importe lo que sucede a mí alrededor, sino porque quiero decidir de qué modo soy informada, y qué imágenes deseo o no ver.  

A veces creo que ver las cosas reales que ocurren en el mundo como si fueran películas, obliga a nuestro cerebro a correr un tupido velo, y a nuestro corazón a protegerse con una coraza de hielo. Yo no podría vivir de ese modo y sigo entristeciéndome cuando veo lo que es capaz de hacer el ser humano con la vida, en nombre de unas creencias, de una tendencia política, o en nombre de la «normalidad».

Desconozco si son solo unos locos con acceso a las armas, o seres irracionales que no saben lo que hacen. Lo que sí creo, es que esas muertes son evitables y que, por alguna extraña razón, a alguien le va muy bien que no se eviten.

Tengo un amigo que cree firmemente que el ser humano está condenado a la auto extinción. Claro que también es una persona que no cree en la bondad humana. Siempre chocamos cuando debatimos sobre este tema, porque, a pesar de todas las desgracias que ocurren en el mundo, yo sigo pensando que el ser humano es bueno por naturaleza y que si logramos liberarnos del yugo de religiones mal entendidas o políticas retrógradas que creen que el hombre blanco y heterosexual está por encima de cualquier mujer, raza, o cualquier elección sexual, podremos tener el mundo que algunos deseamos y anhelamos. Aquel que intentamos que sea mejor con nuestro pobre y pequeño grano de arena.

No quiero pertenecer a una raza que tan poco valor le da a la vida humana. Que usa a sus congéneres como armas políticas o religiosas, o para demostrar lo que es o no «normal». De veras, yo que amo las palabras, cada vez le tengo más asco a esta que nos obliga a ser todos iguales, de un mismo color, con un mismo pensamiento y autómatas esclavizados de una sociedad que no sé a dónde irá a parar, si aquellos que apostamos por un mundo lleno de colores diferentes, de libertad sexual y religiosa, de paz y armonía, no levantamos nuestras voces y paramos esta vorágine que acabará por destruirnos.

Sé que dije que solo escribiría sobre cosas positivas en esta nueva etapa del blog, pero es que así es bastante imposible.

Igualmente, ya sabéis lo que siempre digo. Slow Life, siempre. 

sábado, 14 de mayo de 2016

Apapachando. Del verbo Apapachar.




De nuevo por aquí con un precioso mensaje:

¡Vamos a APAPACHARNOS!

De pequeña me encantaba aprender palabras nuevas y recuerdo que cuando descubría una, intentaba ponerla hasta la saciedad en mis conversaciones, rallando incluso lo pesado, sobre todo porque eran palabras que la mayoría de niños que me rodeaban no comprendían.
Con el tiempo y al hacerme escritora, pensé que ya lo sabía todo sobre las palabras, pero luego dirán que las redes sociales no son cultura, y en cambio pienso que solo hay que saber buscar, para de nuevo sorprenderme con el encuentro de una bellísima palabra, que acabo de aprender gracias a un post de Facebook que os linkeo a continuación: La importancia de apapachar 

Dicen del verbo apapachar, y no quisiera repetir lo que dice el post, que en lengua Náhuatl, que es una macro lengua uto-azteca que se habla en México, significa ablandar con los dedos, más tal como la describen en el mismo post, es más bien, acariciar con el alma.

¡Qué bonito eso de acariciar con el alma!
Poder transmitir todo lo que sientes en tu interior con un abrazo, un beso, una caricia, o incluso una simple mirada, es un gozo que no deberíamos menospreciar.

Apapachar vendría a ser como contar los Misisipí de un abrazo o un roce, más de cinco es que hay amor, (los frikis de Big Bang Theory, entre los que me incluyo, entenderán esto último).
Apapachar era lo que mi madre me daba cada mañana no bien me levantaba. Era lo que una vez sentí en el consuelo que me dio mi padre, hombre no de muchos cariños, pero que ahora recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida. Apapachar es lo que tengo con mi pareja, un intenso amor que se transmite día a día en sus miradas y sus caricias, en una leve sonrisa, o una broma jocosa que me obliga a desternillarme de risa.

Por favor, por favor, por favor, no dejéis que el día a día, los nervios, las prisas, el trabajo o los problemas, os obliguen a dejar de apapacharos.

¡Apapachémonos todos! ¿Comprendéis ahora lo de rallando lo pesada ;-)?

Pues eso, a partir de hoy apapacharé en vez de abrazar y contaré Misisipí, ¿por qué no?
Slow Life, siempre.

domingo, 1 de mayo de 2016

El sapito Glo, glo, glo.




Cómo lo prometido es deuda, empezamos mayo con el primer blog de muchos, aunque prometo que intentaré que sean cortos, porque sé que todos tenemos poco tiempo libre, aunque espero que podáis dedicar un poquito de ese tiempo a leerme, pues he decidido hacer de lo que queda de año, un mega positivo año 2016, intentando hablar solo de cosas bonitas.

La verdad es que no hay mejor día para comenzar, hoy día 1 de mayo, día de la madre. Y comenzaré contándoos que mi madre cuando yo era pequeña me llamaba su sapito Glo, glo, glo.
No es que yo fuera de color verde o que croara como una rana, si no que uno de mis poemas favoritos era este y lo leía hasta la saciedad, tanto que la página del libro donde se encontraba acabó rota por el uso, y con el tiempo, pintarrajeada por los celos de mi hermano. Por suerte no pintó la linda muñequita que acompañaba el poema, a la que, he de decir con pedantería, que me parecía de pequeña.
¡Cómo cambiamos con los años!

Pues bien. Mi madre, que solo hay una, (como todas las madres), me tuvo ya de mayor con treinta y siete años, que para la época en que nací ya era muy mayor. Ha estado siempre ahí, porque a pesar de que nací en los 70, mi madre era una madre de los años 50, dedicada 100% a la familia.
Yo, que soy una feminista de pro, pero bien entendida, de las que creen en la igualdad, no en la superioridad, no sabéis cuanto agradezco a mi madre que sea mi madre.
Aún ahora, con cuarenta y dos años que tengo, cuando paso unos días con ella, (lamentablemente vive en otra ciudad), sigo sintiéndome como aquella niña de coletas y ojos redondos, que agradecía sus caricias y mimos, sin cansarme de escuchar lo que me dice, que no es otra cosa que «tú siempre serás mi niña».

Desde aquí, e intentando hacer una entrada corta, tal como he prometido, tan solo quiero agradecerle que haya sido el aliento en mi nuca y que me enseñara a extender mis alas sin miedo a volar. Parafraseando a Thomas Edison: «Soy el resultado de lo que una gran mujer quiso hacer de mí.»

Y esto que quede entre tú y yo, mama ;-)
Ets la dona amb la que em miro per ser millor persona. T’estimo, ara i sempre.